Si repasamos históricamente el concepto de empatía vemos
que este término tiene un gran recorrido. Leibniz, Rousseau, habían indicado la
necesidad de ponernos en el lugar del otro para ser buenos ciudadanos. Adam
Smith habla de la capacidad de cualquier
ser humano para sentir “pena o compasión…ante la miseria de otras personas…o
dolor ante el dolor de otros” En 1909 Titchener acuño el término “empatía” como
la cualidad de “sentirse dentro de”. En 1949 se acuñó el temino “adopción de
perspectiva” (roletaking, Dymon), en esta misma línea Hogan (1969) definió la
empatía como un intento de comprender lo que pasa por la mente de los demás.
A
partir de los años 60 esta visón de la empatía cambia por una conceptualización
que concede más importancia a su componente afectivo, definiéndola como “un
afecto compartido o sentimiento vicario”, Stotland (1969).. A partir de 1980 se
empieza a trabajar sobre una definición integradora de la empatía, que tiene en
cuenta tanto sus componentes cognitivos como los afectivos. Eisenberg (1987) nos
habla de la noción de adopción de perspectiva cognitiva y de la adopción de perspectiva afectiva. La
visión integradora propone que la empatía se compone de aspectos cognitivos y
afectivos. A partir de los años 90, se aborda el estudio de la empatía desde la
perspectiva de la Inteligencia Emocional (IE), término introducido en la
literatura por Salovey y Mayer (1990). Desde este enfoque, puede considerarse
que la empatía incluiría aspectos relacionados tanto con la percepción de las
emociones de los demás como con su comprensión Sin embargo, este modelo no
permite contemplar los aspectos afectivos de la misma.
A finales del siglo XX
aparecen los primeros estudios desde una Perspectiva Neuropsicológica donde se
intenta localizar la empatía a nivel cerebral. Las investigaciones pioneras
indican que la corteza prefrontal parece ser la principal área implicada en el
procesamiento de la empatía; la región frontal dorsolateral estaría más
especializada en la empatía cognitiva, mientras que la región orbitofrontal lo
estaría en la empatía afectiva. Otras investigaciones se han centrado en el
componente cognitivo de la empatía y sitúan esta capacidad a nivel de las
neuronas espejo Sharmay-Tsoory , 2004; Rizzolatti y Singaglia, 2006.
Otro aspecto muy estudiado es su relación con algunos
rasgos de personalidad. Hogan (1960) encontró relaciones positivas entre la
empatía (capacidad cognitiva) y la sociabilidad, autoestima y flexibilidad, así
como correlaciones negativas con la ansiedad e introversión social. Mehrabian y
Epstein (1972) encontraron una relación positiva entre la empatía, la
disposición a mostrar conducta de ayuda y tendencia a la afiliación e identificó
una relación negativa entre empatía y agresividad.
Desde la perspectiva de la psicología social, pueden
encontrarse dos grupos de teóricos: los que defienden que la empatía conlleva
un motivo social intrínseco y aquéllos que defienden que conlleva una motivación
extrínseca. Así, Krebs (1975) señaló la hipótesis de la similaridad percibida
con el otro lo que nos hace empatizar hacia los extraños. Por otro lado también
se alude a la empatía en términos de recompensas extrínsecos; la empatía
conlleva una motivación egoísta por la cual si se da conducta de ayuda será
para ser recompensado por ello o para evitar ser castigado.
El ámbito de la salud, a partir del DSM-IV-TR se puede
comprobar que la carencia de empatía es una de las características centrales
del trastorno del desarrollo denominado síndrome de Asperger, a quien Gillberg
(1990) dio el nombre de “trastorno de empatía”. Se trata de una de las
manifestaciones más moderadas del espectro autista. Por otra parte, el déficit
de empatía juega un papel importante en el trastorno de personalidad esquizoide
del grupo A, así como en los trastornos del grupo B (fundamentalmente, en el
trastorno narcisista, antisocial y límite), también denominado grupo
“emocional”. También se ha correlacionado la empatía con el trastorno
de personalidad antisocial o con la psicopatía. La incapacidad para regular la
empatía parece ser un factor de riesgo para el trastorno de personalidad Antisocial
(Miller y Eisenberg, 1988). Hare (1993) afirma que la mayoría de las terapias
de tratamiento de la psicopatía tratan, entre otras cosas, de ayudar a los
pacientes a comprender las necesidades, sentimientos y derechos de los otros.
Desde la psicología clínica para la terapia humanista rogeriana o
centrada en el cliente, tres son las condiciones que deben estar presentes
durante la sesión para que se pueda producir el cambio terapéutico en el
cliente: autenticidad o congruencia del terapeuta, aceptación positiva
incondicional de éste hacia el cliente, y comprensión empática del mismo
Gladstein (1983) habla de la empatía afectiva, que hace referencia a sentir con
el cliente conservando la distancia emocional necesaria para mantener la
objetividad.
Actualmente se entiende que los
procesos cognitivos son los denominados Adopción de Perspectivas (AP; capacidad
intelectual o imaginativa de ponerse en el lugar de otra persona) y Comprensión
Emocional (CE; capacidad de reconocer y comprender los estados emocionales de
otros). Los procesos afectivos pueden ser de signo negativo o de signo
positivo, si la emoción es negativa, se
hablará de Estrés Empático (EE; capacidad de compartir las emociones
negativas de otra persona o resonancia emocional negativa), y si tal emoción es
de signo positivo se hablará de Alegría Empática (AE; resonancia
emocional positiva). Es posible que los procesos cognitivos y afectivos se den
juntos o de forma separada. Sólo es posible hablar de empatía si se dan los
procesos cognitivos, con o sin su correlato afectivo.